Lápices y balones

Si te gusta el fútbol, el Real Madrid, los dibujos animados, el diseño y la animación, adelante. Pasen y vean.


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Generación Dibus. Intoxicación nipona.


portada-dibus-1641.jpgHacía mucho que quería escribir este post, amigos. Exactamente, desde los catorce años. Y creo que hoy, esperando a mi Madrid, es el momento.

Hoy quería hablaros de algo que a mi juicio, es importante y vital. Hoy hablaremos de arte. Y este post va dedicado tanto a los artistas profesionales, como a los que empiezan a dar sus primeros pasos en este extenso mundo, y a los que os interesa aunque aún no habéis tenido ocasión de visitarlo.

Desde que empecé los estudios centrados en diseño y dibujos animados, he ido percatándome de lo nefasta que ha resultado la influencia de los manga y anime en los niños artistas. Mi generación ha crecido bombardeada, literalmente, por este tipo de shows y cómics; y ahora son personas que creen dibujar de maravilla, cuando han estado toda su corta vida copiando a Hiro Mashima y lo que sale de su lápiz no es Fairy Tail ni One Piece, sino un estilo espejo distorsionado. Unos personajes con aire vagamente japonés, pero con proporciones y rostros afilados y mal hechos. Algo que no es único; ni mucho menos; la mayoría de su generación hacían y hacen lo mismo.

Y eso me enerva.

A mí personalmente no me gustan los dibujos japoneses; pocos son los «manga» que he leído en mi vida, y de todos solo me gustan tres sagas  (Card Captor Sakura entre ellas, un clásico que conoce casi todo el mundo). Aunque por supuesto, respeto a todos los artistas nipones, y a los que practican este tipo de estilo con empeño y buen gusto. Tienen todo el mérito, como cualquier otro dibujante.

Pero a lo que quiero llegar, es que a personas tan influenciables como pueden ser los niños, no se les puede meter el estilo japonés con calzador, como hacen TODAS las revistas de arte y dibujos animados (y son pocas) para jóvenes que se publican en España.

El post no se llama «generación Dibus» por nada. He puesto esta revista como ejemplo, porque es una de las que he seguido hasta hace muy poco y me conozco de sobra como para opinar sobre ella.

Esta revista era un ejemplo de influencia nipona absoluta. Pero en sus principios no era así.

La Dibus nació con el sano propósito de enseñar a niños y jóvenes a dibujar, de la mano de profesionales del cómic y de la ilustración; además, contenía  una buena colección de tiras cómicas (algunas muy famosas e ingeniosas, como el Dinosaurio Tom de Daniel Torres, Pangirl de Paula y Crego, Tales of Egypt…) ; y una selección de estrenos de cine y televisión, además de una pequeña sección dedicada al cómic y a los libros.

Pero lo que más gustaban eran las secciones de dibujo. Tenías Cópialo, donde aprendías a dibujar por pasos a tus personajes favoritos; tenías la sección del gran Isidre Monés, que te enseñaba a diseñar personajes; y por supuesto, la mejor de todas: Las clases del Maestro Picosso, del enorme Ricardo Peregrina.

Además, había una pequeña sección de la revista dedicada al dibujo japonés. Pero era una sección, igual de larga que la de Isidre Monés, que Las Clases del Maestro Picosso, y que todas las demás.

Y como colofón, el Club Dibus: siete páginas plagadas de los dibujos de los seguidores, algunos de los cuales recibían premios espectaculares (yo fui una de las pocas afortunadas de ver mi dibujo en primera plana. Revista 133, exactamente).

La revista entera molaba. Mucho. Solo con leer el eslogan, ya te daban ganas de comprarla. «La revista de los jóvenes artistas». Algo diferente.

Pero, más o menos por el año 2010/2011, la cosa empezó a cambiar drásticamente.

De repente, en la zona DVD, te encontrabas packs de animes famosos. En cómics, no había título que no se tuviera que leer de derecha a izquierda. Apareció «lo + en Anime». En Tele x un Tubo, tenías a Naruto, a Dragon Ball Z, a Naruto otra vez, a Blue Dragon, a Bleach. En Libromanía, el «cómo se hizo» de School Rumble. En Dibumanga, pues imagínate. Y si estábamos en invierno y llegaba el Salón del Manga, aquello era el caos absoluto. Solo les faltaba escribir con kanjis.

Y lo peor de todo; en el Club Dibus solo ganaban dibujos de estilo japonés. Jamás se llevaba el premio una caricatura, un dibujo animado, o algo distinto. Solo me acuerdo de uno que me sorprendió: una chica que retrató a su primo recién nacido con carboncillo y le quedó de maravilla.

Por supuesto, los «dibuartistas» queríamos ganar. Así que empezamos a seguir las clases manga, que cada vez eran más y más abundantes. Desaparecieron cómics para dar paso a reportajes sobre Detective Conan e Ichigo Kurosaki.

A mediados del 2012, la situación ya era dantesca. Abrías la revista por cualquier lado, y te salía una cara mosqueada de un japonés; o una sonrisa acaramelada de Fruits Basket. Era espeluznante. Subió el precio de la revista un euro, y bajaron las páginas a la mitad. Los chicos solo dibujaban manga. ¿Y el premio? Un lote de libros de cómo dibujar manga.

Era una auténtica intoxicación nipona.

Eso sin contar también con los contenidos no aptos para niños. Bleach, una serie en la que el protagonista veía espíritus y tenía que enviar al infierno a las almas malditas. Blue Exorcist, un exorcista obsesionado con cargarse al diablo. Karin, una vampiresa que inyectaba sangre a sus víctimas. Kamikaze Kaito Jeanne, el título lo dice todo. Sailor Moon, un shojo en el que el novio de la protagonista moría en la cruenta guerra mundial. Todo durísimo, feo e inmundo. Hasta recuerdo una serie, sobre un policía y sus compañeros, en la que se dignaron a poner un «no recomendada para menores de siete años». Y en el pack ponía «menores de doce».

Me entristeció muchísimo, pero dejé de comprar la revista. Y de dibujar en ese estilo, gracias al cielo.

No me gustaba el contenido. Ya no era la revista de los jóvenes artistas. Era «la revista de los jóvenes otakus». Punto. Y yo no quería ser otaku, ni mangaka, ni nada que tuviera que ver en ese universo edulcorado para chicas y oscuro para chicos.

Esta revista es un ejemplo de muchas otras. Podría simplemente hablar de canales de televisión, los más influyentes en estos términos; pero entonces no acabaría nunca. En lo que coinciden todos y todas, es en la influencia japonesa que han tenido en esa generación; nuestra generación. Y ahora, pues más de la mitad de jóvenes dibujan únicamente manga, no tienen su propio estilo ni lo pueden encontrar, y además lo que hacen, lo hacen mal. Todo por haber estado toda su infancia ahogados en animes, sin conocer poca cosa más.

Es curioso. Ayer, buscando información sobre la revista, descubrí que cerró el año pasado. Poca audiencia. Decía el director, Óscar Valiente: «…la caída del mercado publicitario y de las ventas de las publicaciones mensuales nos ha llevado a tomar esta decisión, en un momento en que nuestros dibucolegas prefieren disfrutar cada vez más de los contenidos a través de las redes.» Y también: «Podríamos intentar cambiar los contenidos, los regalos, reducir la cantidad y calidad de las páginas, hablar más de famosos, cantantes y deportistas… y entonces ya no sería la revista ¡Dibus!».

Querido Óscar Valiente. Lo primero de todo, la culpa no la tienen los deportistas ni los cantantes. Si los «dibucolegas» no compraban la revista, era porque no les interesaba. Y si no les interesaba, significaba que el contenido no era atractivo para ellos. Por feo que suene.

Lo segundo, no me parece correcto que culpéis también a las redes sociales cuando vosotros mismos habíais lanzado la App Dibus, y había tenido un número de descargas no excesivamente elevado.

Tercero, antes morir que renovarse, ¿verdad? En vez de refrescar los contenidos, quitar un poco de manga y añadir nuevas cosas, preferiste cerrar y dejar a muchos niños con la llorera. Antes morir que renovarse. Eso es una manera absurda de pensar.

Y cuarto: ya habíais reducido mucho antes la cantidad y calidad de las páginas; y desde luego que aquello que publicabais ya no era la Dibus.

Es una pena que acabara la historia así. E insisto de nuevo: una editorial responsable, que publica para un público infantil, no puede influenciarles de esa forma con un único estilo que no es ni por asomo infantil. Hay muchos estilos. Los niños tienen que descubrir el suyo, poco a poco. Y ahí entran en juego las revistas y programas infantiles: enseñadles cosas distintas, diferentes colores.

Finalizo con un maravilloso «dibuconsejo», que se me quedó grabado en la mente para siempre. Salió, precisa e irónicamente, en una entrevista en la Dibus a Juanjo Guarnido y Teresa Valero, dos genios del cómic que acababan de publicar el primer tomo de «Brujeando» (recomiendo esta historia a todo el mundo, el guión y el dibujo fascinantes).

Estas fueron las palabras del dibujante:

¡Dibujad mucho del natural (animales, gente de la calle, familiares y amigos!) Y sed rigurosos cuando copiéis vuestros personajes favoritos, esforzaos en comprender y reproducir lo que les hace ser ellos mismos, así descubriréis por experiencia propia los recursos de los dibujantes que os gustan. Y dejad ya de copiar manga, por amor de Dios.