Lápices y balones

Si te gusta el fútbol, el Real Madrid, los dibujos animados, el diseño y la animación, adelante. Pasen y vean.


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Adieu, Ciao


Ellos dos, solo ellos dos.

Recuerdo perfectamente el momento. Estaba Carlo hablando en rueda de prensa, tan tranquilo como siempre, un signore de pies a cabeza, con su traje y sus maneras pausadas pero tan correctas. Estaba tranquilo pero le chispeaban los ojos. En casa todo era un tumulto, todos hablaban a la vez, unos venían y otros iban histéricos perdidos, había un amasijo de bufandas y banderas, gorras y pancartas por todas partes, y se oían cánticos en la calle. En esos instantes, yo era la única persona sentada en una silla mirando la tele, con el móvil antiguo en la mano.

-Bueno, lo más difícil fue igualar el partido…- comentaba Carlo, y de pronto se calló y miró a su izquierda. Instantes después, al grito de “¡¡CÓMO NO TE VOY A QUEREEEEEERRR!!” aparecieron unos individuos fuera de sí, con banderas atadas a la cintura, despeinados, dando saltos como posesos. Un sabotaje en toda regla. 

Carlo se los quedó mirando sin dar crédito, ¿ese era el seriote Sami Khedira? ¿Esos eran Marcelo, Modric y Ramos, que habían acabado reventados el partido? De Isco podía esperarse algo así, de Pepe también, allí estaban los dos como canguros chiflados, ¿pero ese era Morata, el chavalote calladito y tímido? Le rodearon y se pusieron a cantar cada vez más fuerte. Carlo cerró los ojos, y de pronto se puso a seguir el ritmo de los 7 magníficos y a cantar con ellos. No hizo nada cuando Ramos abrió su botella de agua y se la echó encima a los periodistas y a su traje impecable. Por fin terminaron la canción y se fueron igual de súbitamente que habían ido, primero Luka, melena al viento, después huyeron Morata y Khedira. Ramos y Pepe se detuvieron un segundo para soltarle dos besos salvajes y salir detrás de Isco dándole collejas, y el último fue Marcelo que le tiró un balón que había suelto por ahí gritando: “¡Toma míster, pa ti!” y se alejó corriendo. 

“¡¡OEEEE, OEEE OE OEEEE!!”, las voces se iban por el pasillo, y Carlo se quedó observando el lugar donde habían desaparecido, balón en mano, con una mirada que no se me olvidará. Porque era una mirada aturdida, sí, llena de risa, sí, pero también de algo más profundo. 

-Out of program- dijo al volver en sí hacia la prensa, y todos estallaron en carcajadas. 

Y recuerdo, por encima de la risa que me provocaron las memeces de mis chicos, que pensé: este señor es lo mejor que podría habernos pasado. A ellos y a nosotros. Ancelotti había curado todas las heridas que el tormentoso (pero no menos genial) paso de Mourinho había provocado. Ancelotti había traído paz al vestuario. Ancelotti había tratado a todos por igual, había logrado sacar lo mejor de cada uno sin gritar ni regañar, con su eterno chicle entre los dientes. Ay, Carletto. 

Y cuando todo iba bien, le despidieron.

DESPEDIDO. 

Eso fue una puñalada. Estábamos todos como tontos, mirando la prensa. Le habían echado sin ningún tipo de explicación. Dolía horrores, dolió escribir esto, pero era lo único que podíamos hacer. Decirle adiós, decirle gracias, y rezar porque viniera otro la mitad de bueno que él, porque iba a ser difícil igualarle. 

Benítez, ¡qué decir! No quería al Madrid y aquello se convirtió en ofendida reciprocidad. Absoluto caos en solo seis meses. Lesiones, disgustos, furia, pérdidas y más pérdidas. Y ahí, cuando estábamos perdidos, llegó alguien que nos sacó a flote. La segunda mano de Ancelotti, bien entrenada, igual de tranquila y pacífica, trazas de Carletto con acento francés. Zizou.

Zizou revolucionó al Madrid, revolución positiva y brillante. Llegaron títulos como flores. Y cuando más grandes éramos, él se marchó. Al estilo hada madrina, que arregla los desastres y después se marcha en silencio. Ese era Zidane. Fue otro palo, pero distinto, porque él decidió. Y con profunda emoción, volvimos a decir adiós. Adieu.

Lo de Benítez fue un caramelo en comparación a los siguientes meses. Lopetegui no duró ni 4 meses. Solari se puso al mando, esperando que apareciera un entrenador tan bueno como los anteriores. No hubo tal aparición, y vimos como el Madrid se derrumbaba poco a poco.

Y entonces, atónitos y pálidos, recibimos la noticia.

Volvía Zidane.

No había sido la única vez en la que un entrenador había vuelto para rescatar al Real. Nombres como Di Stefano, Del Bosque o Toshack entre otros, lo habían hecho hasta tres veces, en el caso del ex-seleccionador de España. El último entrenador en hacerlo fue Camacho, en el 2004; desde entonces, un total de 13 técnicos distintos habían pasado por el banquillo, y no esperábamos de ninguna de las maneras volver a ver a cualquiera de ellos entrenando a la plantilla. No por nada en especial, pero parecía algo imposible.

Pero ahí estaba Zidane. Otra vez las riendas en su mano. Y a pesar de la pandemia y de toda suerte de malos rollos, lesiones, trampas arbitrales y más, nos hizo campeones de Liga y campeones de la Supercopa de España. Y nos dejó este año a dos puntos del líder, a pesar de haber sido el año más horrible que recordábamos. Tanto futbolísticamente, como en general. Horrible.

Estaban ocurriendo cosas extrañas. Zidane estaba tomando decisiones que no cuadraban. Alineaciones sorprendentes, excesivo cariño a algunos jugadores que parecían ignorar que llevaban el escudo del Madrid en la camiseta; otros jugadores que eran ignorados y vejados. Marchas forzadas. Errores que estaban provocando furia en los aficionados. La preciosa historia entre el francés y el Madrid se estaba destrozando, y en verano, como preveíamos, dijimos adiós por segunda vez. Adieu, Monsieur. Adieu, Míster.

Y quedó la pregunta en el aire.

¿Quién?

Raúl, Mourinho, Allegri, Conte, Löw. Baile frenético de nombres porporcionados por chiringuitos, panfletos y demás «expertos» en la materia. Gente dando su opinión, gente insultando a Zidane, gente fuera de sí. Cada vez uso menos Twitter (mi única red social), porque se está transformando en un apestoso hervidero de individuos histéricos, malhablados y con dos dedos de frente cuya opinión me importa absolutamente nada, y en cuyas necedades no quiero perder un ápice de tiempo. Yo quiero al Real Madrid, yo quiero al fútbol, pero estoy empezando a odiar a su afición.

Por eso no me enteré por mí misma de lo que pasó el 1 de junio. No me enteré por ninguna red social. Mi móvil estaba apagado cuando, en mitad de la merienda cumpleañera de mi hermano y justo antes de la pachanga futbolera-baloncestista con los nuevos balones, me avisaron.

-¡¡Comunicado oficial, Ancelotti!!

Me debí quedar como un auténtico pasmarote, porque de todo lo que podía esperar oír aquel día, eso ni se me hubiera pasado por la imaginación.

Cogí el móvil que me tendían, abrí la noticia, y estaba ahí. Como un’angelo biondo, por algo era Carlo Michelangelo Ancelotti. Había vuelto, después de tanto desprecio, del despido, del Ciao. Ciao es adiós en italiano, pero también es Hola. Y en este caso era Hola, un hola con mayúsculas. Mamma mia, ¿pero qué estaba ocurriendo?

A día de hoy, 13 de junio, 13 días después de la noticia, apenas puedo creerla.

Carlo ha venido para quedarse y para arreglarlo todo. Es cierto.

De momento, todo promete. Ha conseguido calmar las cosas con Ramos, Marcelo e Isco. Ya ha dado un buen zasca a la prensa deportiva, ha asegurado que va a sacar el máximo potencial de Eden Hazard (y mira que lo veo difícil), y ha tendido una mano amiga al gran despreciado de la temporada pasada, el repudiado que tanto ha dado que hablar durante su cesión: sir Gareth Bale.

Ha abierto una puerta a un esperanzador nuevo Real Madrid.

Y no puedo esperar a la temporada que viene.

Grazie mile, Carletto. Ti vogliamo bene.


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Vuelta a casa


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Una servidora en el mejor estreno de la historia

Sí, amigos de este blog: he vuelto.

Vuelvo en uno de los tiempos más raros, convulsos y extraños que he vivido en mi vida. El más dramático y caótico. No solo por el coronavirus, que es más del 50% de la locura dramática que me rodea; es también por mi propia experiencia personal en estos últimos 3 años.

Están siendo 3 años de trabajo agotador, de momentos muy desagradables, de conocer gente pésima y maleducada, de no dormir. 3 años desde que empezaron los proyectos finales en mi escuela de animación; 3 años desde que empecé a estudiar  con toda mi ilusión en la escuela de cine, y resultó ser la peor escuela con los peores profesores. 3 años de fechas límite, de la creación de Ginger y compañía y la enorme responsabilidad de sacarles adelante. 3 años de no leer ni tener tiempo siquiera para hablar con grandes amigos. 3 años de derrumbarme en la cama todas las noches, con verdadera extenuación.

3 años en los que he tenido que dejar de lado cosas que me apasionaban. He descuidado el fútbol,  el deporte, el dibujo y la escritura por placer; no hay minuto libre que les pueda dedicar.

Y eso ha sido duro. Durísimo. Y sigue siendo duro.

Pero ha llegado un límite, en el que he decidido parar y coger aire.

Es necesario que salga de esta espiral y saque tiempo para lo que me apasiona, lo que me hace soñar. He leído entradas antiguas, y puedo sentir esas chispas de energía, de auténtico cariño por lo que me gusta: el Real Madrid, el deporte y la igualdad, el dibujo, las películas, contar historias.

Le dedicaré un post entero a mi experiencia en la escuela de cine mencionada arriba. Entero, porque fue y está siendo tan agria, tan desagradable, que necesito ponerlo sobre papel y que otras personas sepan reaccionar si viven unas experiencias como las mías. Pero ha sido tal, que me ha absorbido toda la energía y capacidad para crear cosas, siendo irónicamente una escuela creativa.

Iré recuperándome poco a poco, y una de las cosas que me llenarán de nuevo de ese polvo dorado, es este blog.

No puedo esperar a que vuelva la temporada y volver a vivir partidazos con vosotros; o a publicar cómics y tutoriales, o a realizar críticas (siempre positivas) de películas y series; o a

He vuelto a casa para quedarme. Encantada de veros a todos, de nuevo; amigos de Lápices y Balones.

¡¡A POR TODAS!!